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La médica del pabilo

Federico Sabalette
Federico Sabalette
3 Minutos de lectura

Rosalía Argañaraz de Grande

El 31 de mayo de 1903 se tronchaba la vida de una anciana, que por los inmensos beneficios prodigados destinado al bien de sus semejantes era querida y respetada por todos.

A su modesta vivienda de los Montes del Tordillo acudían en busca de alivio, aquellos que confiaban en la eficacia de los dones sobrenaturales que poseía la mujer singular que albergaba aquella humilde morada.

Curaba con el sistema solamente usado por ella: el pabilo ligeramente humedecido con su misma saliva, la que tenía la particularidad de que, a pesar de tomar mate durante todo el día era de una blancura nívea. Según la leyenda, tenía una cruz dibujada en la lengua.

Cuarenta y tres años ejerció esa actividad, aunque sin haber dejado de sufrir persecuciones por su singular sistema de curación. Inclusive un médico de nuestra ciudad la denunció ante el Consejo de Higiene, el que le impuso una multa, que enseguida quedó sin efecto ante la demostración de lo inofensivo del remedio empleado.

Dotada de una energía poco común entre las de su sexo, era la mujer caritativa por excelencia, pues a la vez que los curaba en salud los ayudaba con dinero a aquellos que carecían de él.

La fama de la «médica del pabilo», nombre con que se conocía, se extendió no solo a los partidos vecinos, sino que puede decirse que doña Rosalía era conocida en toda la provincia y aún fuera de ella.

En nuestra ciudad poseía residencia en la calle Lara Nº 91 (actual edificio de la Escuela Normal).

A su muerte en el oficio de la misa de cuerpo presente, la Iglesia se vio totalmente colmada. La ceremonia fue imponente, acudieron personas desde distintos puntos al tener conocimiento de la muerte de la «madre de los desamparados».

Terminada la misa, el féretro fue conducido a pulso hasta la terminación del empedrado, seguido por un cortejo numeroso de familias, hasta el cementerio.

Durante el trayecto a la necrópolis, era curioso oír las diferentes narraciones que todos hacían de las milagrosas curas efectuadas por doña Rosalía.

La leyenda continúa: se dice que el alma de la difunta bajó por una escalera de flores y le pasó los poderes a don Felipe, su hijo.

 

(fuente: Diario La Tarde 1/6/1903)

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