Nuestra ciudad contó hace muchas décadas con emprendimientos comerciales que utilizaban numerosa mano de obra artesanal. Los ejemplos que nos permitimos recordar destacan la participación de inicios familiares, con significativo número de operarios. Una de ella lo daba la fábrica de alpargatas denominada «El Relámpago», propiedad de José Garijo; la otra, una fábrica de escobas y plumeros, que el vecino Antonio Candela poseía en su domicilio de calle Lincoln al 100 en la zona sur de la ciudad.
Garijo había llegado proveniente de Buenos Aires en compañía de un socio, instalando la fábrica de alpargatas que tenían el nombre comercial de “Diana” y con buena aceptación comercial.
El comercio «El Relámpago», con un amplio local en la calle Rico número 17, se dedicaba a la venta por mayor y menor de la tradicional alpargata, calzado que al decir de investigadores «heredera funcional de la bota de potro». Pero los escaparates también mostraban zuecos de los denominados patria; zapatillas, y los primitivos botines de fútbol.
La confección se efectuaba a partir del cáñamo como materia prima, prestando especial atención al cocido. El artesano alpargatero utilizaba siempre las manos, un banco de madera, tijeras, leznas y aguja para coser las suelas de yute seleccionado. El cocido se iniciaba por el talón y luego transversalmente toda la suela. Esta última actividad estaba reservada para la mano de obra que tenía como protagonista a la mujer.
De su parte la confección de escobas se hacía en base a la paja de Guinea, en un taller que Candela había armado en los fondos de su vivienda. Toda la producción era distribuida en comercios minoristas, ofreciéndola también en venta a aquel vecino que se acercase a su domicilio.
Además de saber dominar el oficio y haber trascendido como comerciante, Antonio Candela poseía condiciones de músico, ocupando sus tiempos libres junto a su inseparable acordeona o «chancha» en desgranar viejas melodías
Esta fabricación también la realizaba los internos de la Unidad Penal 6 de Dolores, dado que el establecimiento había sido dotado con un taller para ese fin. En el 1912 según la crónica, eran remitidas a la cárcel de Bahía Blanca quince docenas de escobas.
La útil herramienta de limpieza se confeccionaba con paja de maíz de guinea, materia prima que la proveía la casa Quadrelli y Picchi de Capital Federal. Por entonces el penal alojaba 242 internos, muchos de los cuales pasaban buena parte de su tiempo sirviendo como operarios en la confección del producto.