Por el Dr. Héctor Ulises Napolitano
La esclavitud, como todos sabemos, fue en la antigüedad la manera en que una persona considerada como una cosa y mercancía, por lo general de raza negra, era sometida por otra con poder para hacerlo, a la cual servía en todo cuanto le pidiera y se le antojara, disponiendo totalmente de su libertad y de su vida.
Luego se denominó de distintas formas (siervo, criado, explotado, etc.), pero con iguales condiciones inhumanas.
Hoy se manifiesta en la trata de personas y en la explotación laboral en condiciones infrahumanas.
La nueva esclavitud a que hace referencia el título de esta nota, es la que impone el narcotráfico a quienes recluta para formar parte de su accionar, como también a los que tiene como destinatarios y consumidores que son los adictos, pues la adicción a estupefacientes genera un sometimiento de la persona por una ansiosa necesidad de la que es muy difícil dejar por propia voluntad, lo que también afecta su libertad, perjudicando su salud hasta poner en riesgo su vida, ya que pierde amor por ella, llegando en muchos casos a la muerte por intoxicación o al suicidio.
Las personas a las que recluta el narcotráfico son por lo general adolescentes, jóvenes y hasta niños, a los que denominan “soldaditos”, pues se encargan de su comercialización al menudeo, y de mujeres a las que llaman “mulas”, que se les encarga transportarlas dentro de su cuerpo con peligro de muerte, con total desprecio por sus vidas y con el solo fin de eludir controles.
Los así reclutados también son esclavos, porque si deciden querer salir pagan con sus vidas, ya que tienen información que pueden suministrar a las autoridades, no admitiendo este tipo de mafia ninguna infidelidad.
El narcotráfico se aprovecha de la corta edad y de la vulnerabilidad por carencias económicas.
Cuanto más inmaduro, analfabeto y pobre es, más fácil le resulta para convertirlo en esclavo de su poderosa red de comercialización y de adictos al consumo.
Lógicamente en este último aspecto, elige a sus mejores clientes en las clases sociales a altas y media alta, dejando la barata resaca para las clases bajas.
Prolifera en los países de Latinoamérica por el amplio margen de desigualdad, siendo ya un flagelo en Méjico, el Caribe, Colombia, Perú, Bolivia, etc. y perfilándose para serlos en los demás, entre los cuales se encuentra Argentina, especialmente en las villas de emergencia del conurbano y en Rosario.
El problema de nuestro país se halla en las fronteras con Bolivia y Paraguay, donde resulta fácil el paso para el narcotráfico, tanto de cargamentos de drogas para comercializar, como de narcotraficantes provenientes de países de la región donde se encuentran sus mayores organizaciones. Lo que constituye un alerta permanente para los gobiernos, pues las filtraciones son muchas más que las interceptaciones, secuestros de cargas y detenciones de quienes las transportan.
Los controles no solo ya exigen que se hagan por vía terrestre, sino también fluvial y aérea, por lo que deberían actuar en ellos de manera conjunta, Gendarmería, Prefectura e incluso el Ejército.
También se tendría, en mi opinión, que ser más estricto en las leyes de migraciones respecto a la deportación de narcotraficantes a sus naciones de origen, porque se ha comprobado que después de un tiempo ingresan nuevamente falseando su identidad o de manera clandestina.
Las bandas organizadas que se enfrentan disputándose territorio y atentando y asesinando en Rosario, debe constituir más que un llamado de atención un estado de alarma permanente, ya que su crecimiento, poder y crueldad, está ya a la altura de cualquier cartel célebremente conocidos en otros países de la región.
No olvidemos que la ampliación de las desigualdades y el crecimiento
de la pobreza son el caldo de cultivo para que el narcotráfico se expanda y aumente su poderío.
En lo que está ausente el estado está presente el narcotráfico, atrayendo a quienes se encuentran económicamente carenciados y socialmente marginados.
“La nueva esclavitud seduce, corrompe, atemoriza y mata, siendo una grave amenaza para la paz social y la estabilidad democrática. El gran peligro de esa acechanza está en que quienes deben combatirlo y condenarlo, suelen ser con dinero conquistados y sobornados por estas mafias”.