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“Las cosas buenas”: el teatro vuelve a Dolores

Federico Sabalette
Federico Sabalette
19 Minutos de lectura

Hoy a las 18 en la Dirección de Juventud se presenta “Las Cosas Buenas”, una obra escrita por dos dolorenses, Pablo Rojas y Victoria Facio, sobre como surgen y se desarrollan las relaciones en el pueblo, entre sus personajes.

Para conocer de la obra y de su director charlamos con Pablo Rojas, que decía que se trataba de “una puesta donde la cercanía con el público es primordial, por eso la capacidad de la platea es poca”. Que “las entradas se venden anticipadas para que el público asegure su lugar y no quede nadie afuera, y se consiguen únicamente en la página de internet alternativateatral.com. Entran ahí buscan «Las cosas buenas» y pueden sacar las entradas. En nuestras redes tenemos toda la información de las funciones que vienen, somos @lascosasbuenasok. Las funciones son los domingos a las 18hs (puntual) en Dirección de Juventud (El Cóndor).”

 

  • ¿Cuál es su presente artístico, como actor y director?

Actualmente estoy preparando el final de carrera de la Licenciatura en Iluminación para espectáculos que da la Universidad Nacional de las Artes. Comencé esta carrera como una forma de explorar las distintas posibilidades que la técnica ofrece a la construcción teatral, como encarar el trabajo de dirección un poco perimetralmente. Para mí es muy importante pensar el teatro más allá de la actuación, que si bien es la base sobre la que se construye todo necesita de un entorno que no solo la acompañe si no también que la proyecte hacia otras capas de sentido. La actuación es muy maleable y puede crear esas múltiples capas. Pero hay algo que se le escapa y tiene más que ver con que lo que se ve más allá de los cuerpos, hay toda una construcción de sentido más allá de los cuerpos, y es ahí donde entra la visualidad de la escena (la escenografía, las luces, el vestuario, la utilería) y también su sonoridad, que es un aspecto que tenemos culturalmente muy ligado al texto, a escuchar el texto, pero hay todo un universo sonoro en el terreno de la representación que es interesantísimo: el sonido, la música, es un canal directo con la emoción. A partir de esta búsqueda es que me volqué hacia la técnica teatral, primero desde las luces y después diseñando las escenografías de mis obras. La actuación quedó relegada por el momento, más allá de alguna reposición esporádica de alguna obra en la que actúe, no tengo proyectos actorales vigentes. El mecanismo, tan complejo, de la puesta en escena me atrapó por completo. De ahí derivó que termine trabajando como productor técnico del Teatro San Martín. La cantidad de secciones, de personal, y de recursos que se necesitan para el montaje de una obra de la envergadura que produce el San Martín es asombrosa y desafiante. Mi trabajo consiste precisamente en coordinar los trabajos de las diferentes áreas involucradas en cada montaje.

 

  • ¿Cuándo nació esta obra y qué la motiva?

La escribimos con Vicky Facio a la distancia, ella desde Madrid y yo desde Buenos Aires y surgió como una necesidad (pospuesta durante mucho tiempo por la distancia) de producir un material en conjunto. Con Vicky empezamos a hacer teatro juntos en el Unione, y juntos nos fuimos a estudiar teatro al Conservatoria Nacional. Después los caminos se nos bifurcaron y ella terminó viviendo en Madrid. Por suerte internet nos permitió poder trabajar a cuatro manos cada uno desde su lugar. Cuando comenzamos el tema de “el pueblo” se nos impuso casi inevitablemente. Era nuestro tema en común y sobre todo queríamos explorar, desde la escritura, la forma de encarar esa relación desde la lejanía. Los recuerdos del pueblo y sus personajes se nos fueron apareciendo y decidimos trabajar con esa base. Por eso creo que es tan importante para la obra que haya retornado a Dolores, fue la chispa de todo, la materia primigenia. Encontrar una forma de acercarnos a esos recuerdos y reconfigurarlos en ficción fue una forma de exorcizarlos. Estas hermanas son un poco la representación de como creemos que se configuran las relaciones en nuestro pueblo, entre la familia, con los amigos, los vecinos, los enemigos… que para nosotros sigue siendo un espacio con reglas muy marcadas que se configuran a partir de la mirada del otro. Uno cree ser fiel a uno, pero en realidad responde todo el tiempo a esa mirada externa, para someterse o rebelarse, pero siempre esa mirada condiciona. Y por ser una mirada ajena esta siempre mediada por el prejuicio o el interés.

 

  • ¿Qué cambia de las representaciones en Madrid y Buenos Aires, a esta en Dolores?

Lo primero que cambia son los cuerpos, me refiero a los cuerpos reales de las actrices, no es inocuo para el conjunto de la obra que los cuerpos que encarnan los personajes sean distintos, que tengan otras vivencias a partir de la cuales se construye ese andamiaje sensible que va formando cada caracterización. Esto cambia la obra inevitable y rotundamente. Viví las tres puestas y cada una fue una obra tan distinta. El cuerpo de las actrices es el instrumento del mensaje, pero también su sentido. Ahí está el teatro, en la presencia viva de esos cuerpos actuando, transportando esa materia sutil: la comunicación sensible, artística. Entonces la obra fue otra cada vez, y esa cosa distinta hubo que reflejarla en la puesta. Las otras versiones fueron pensadas para una sala de teatro, salas chicas, independientes, pero que ya contaban con una infraestructura que las contenía teatralmente. A esta puesta empecé pensándola como un revival de la que dirigí en Buenos Aires, pero fue derivando, naturalmente, hacía otros lados. Primero desde el aspecto actoral fuimos trabajando con las chicas un registro naturalista extremo, y recién después desde la puesta, hasta que se hizo muy evidente que un camino posible era reflejar ese mismo registro en el desarrollo del concepto de un site-specific (una obra desarrollada a partir de las características propias del espacio) como una instancia estética que completa la búsqueda que estábamos realizando desde lo actoral. Entonces empezamos a buscar como la arquitectura preestablecida dialoga con la situación teatral, y en cómo se modifican mutuamente. También está el hecho, determinante, de que la obra estaba volviendo al lugar desde el que fue pensada y escrita. Ahí tenemos una carga emotiva muy grande. Estas son las primeras actrices en representar estos personajes que conocen de primera mano lo que es la vida en Dolores, cuáles son sus miserias y cuales sus virtudes.

 

  • ¿Cómo vivieron el proceso de creación con Victoria Facio? ¿Los inspiró la memoria de paisajes, personajes, conflictos del pueblo natal…?

Esta obra es una adaptación (libérrima) de tres hermanas de Chejov, que nos permitió pensar nuestra relación con el pueblo de la infancia, con los recuerdos que teníamos de nosotros ahí, que siempre están distorsionados por la nostalgia y el anhelo. El proceso estuvo marcado, como casi todo proceso creativo, por lo caótico y el desconcierto. No siempre entendíamos bien para dónde íbamos, hacia donde nos iba llevando el material. A veces nos peleábamos con ese mismo material porque queríamos ir para un lado y la escritura parecía encaminarse hacia otro totalmente distinto. Supongo que todo acto de creación implica un rol importante del azar (que también podemos llamarlo inspiración, el momento sublime donde dos ideas que no tenían por qué se unen y de esa unión surge un descubrimiento) pero también de la confianza en lo que se está produciendo. Durante el recorrido de un proceso de escritura hay mucha incertidumbre, las ideas no siempre resultan o son efectivas, y se produce un enredo de cosas, una maraña, de la que es muy difícil salir, pero también hay un momento en que la obra empieza a tomar forma, y ese momento es maravilloso, todas las dudas se aclaran y pareciera que tiene vida propia, que elije sus propios caminos, y si uno se da cuenta de eso y se deja llevar, los caminos de la intuición pueden revelar terrenos maravillosos y hasta ese momento desconocidos. Fue un proceso divertidísimo, compartimos mucho humor, no solo nos entusiasmaba el material que iba surgiendo si no que nos reíamos a carcajadas. Cuando la obra se destrabó era un volver constante al pueblo, un volver a esos recuerdos, a las sensaciones de esos chicos que fuimos, que vivían en un mundo de puertas abiertas donde el tiempo sobraba.

  • En una época marcada por lo virtual ¿Qué lugar y función crees que ocupa el teatro presencial?

No es fortuito que el teatro sea un hecho presencial, es la disciplina artística que nació como un rito comunitario, nació de la celebración, del encuentro en sociedad. No hay, hasta ahora, una forma efectiva de desarrollarlo que no sea en vivo. Los intentos pandémicos de un teatro virtual fallaron rotundamente. Fueron un placebo para un momento histórico particular y todos subimos las obras a internet esperanzados de que sirvieran para algo, pero más allá de ser un paliativo a la soledad y el encierro (que ahora que pienso no es poca cosa) no derivó en un ningún hallazgo interesante. Con un grupo de teatro del que formaba parte en ese entonces (con el que estábamos a punto de estrenar una obra en abril del 2020) realizamos una experiencia de expandir el universo de la obra a través de un grupo de WhatsApp. En ese grupo se incorporaban “espectadores” (leedores en realidad) y los personajes deambulaban por situaciones ficcionales que nunca eran la obra, pero la rondaban, la merodeaban digamos. Fue muy divertido y hubo mucha gente que se prendió al experimento, pero ese formato solo podía encontrar cabida en esa situación de aislamiento tan radical. Una vez que salimos y la actividad teatral se renovó todas esas experiencias se volvieron ajenas al teatro nuevamente. Lo mismo pasa con el teatro filmado, filmamos las obras para poder tener un registro de algo que es inevitablemente fugaz. No hay forma de retener el instante del hecho teatral, pero filmamos igual, un poco por soberbia capaz, o por el instinto de permanencia que nos guía como especie, pero el teatro se nos escapa igual. El teatro filmado es aburrido, puede estar mejor o peor filmado pero siempre en relación con su doble vivo sale perdiendo. Es que el teatro encuentra siempre el camino para volver a su lugar: el encuentro entre alguien que actúa y alguien que lo contempla. Y ese encuentro se da exclusivamente en presencia.

 

  • ¿Qué sensaciones le produce volver a Dolores de la mano del teatro?

Volver a Dolores para montar la obra (después de veinte años de haber debutado como director aquí mismo) fue encontrarme con lo que había dejado pero que había seguido su marcha. Nunca se vuelve a los mismos sitios dice una canción. No existen más esos sitios. El lugar que estaba en la memoria no existe más que en esa memoria. Ya lo intuíamos con Vicky durante el proceso de escritura. El pueblo que conocíamos no existe más, por eso había que inventarlo de nuevo, construir uno tomando como materia prima esos recuerdos, esas sensaciones, la plaza, el sonido ahogado de la siesta, el kiosquito de las hermanas… Volver a Dolores a hacer teatro es un poco un acto de resistencia, no me resigno a que la actividad teatral de la que estuvimos siempre tan orgullosos se haya diluido de semejante forma, y que sean tan pocos los que la echan de menos. Cuando me fui de Dolores había mucha producción, yo mismo formaba parte de dos grupos de teatro independiente y de lo que era la Comedia Municipal, y conocía, porque éramos amigos, varios otros grupos funcionando. Y ni hablar de tiempos anteriores, casi toda mi familia hizo teatro, esa tradición artística que se pasa de generación en generación parece que no está más, que se abandonó, hay generaciones nuevas que pareciera que ven como inaccesible el acceso a esa manifestación cultural, como se los muestra inaccesible terminan creyendo que pertenece a otra esfera, que es aburrido, por eso fundan sus propias expresiones. Esto que digo no es por nostalgia de los tiempos que fueron mejores si no como una invitación a pensar(se), pensar que tipo de proyección cultural queremos para nuestro entorno, para la comunidad en que se vive, que tipo de participación vamos a tener, si nos vamos a quedar mirando las cosas como pasan por la vereda de enfrente (lo que es justamente una premisa de Las cosas buenas) o vamos a participar activamente para convertir el mundo (y me refiero al pequeño, al cotidiano) en algo mejor. Ser espectador de teatro es eso, es intervenir y dejarse influir por lo sensible, es descubrir que la utopía es parte de un mundo posible.

 

  • ¿Qué invitación querría hacer a quienes lean esta nota?

Que no se priven de ver a estas tres actrices que hacen un trabajo extraordinario. Fue un placer dirigirlas y estoy seguro que la van a disfrutar tanto más como espectadores. La delicadeza con que están tratando el material es una delicia. El trabajo de Matilde Recondo en la dirección de arte fue maravilloso, entendió rapidísimo (y me lo hizo entender a mí que a veces soy bastante cabeza dura) que esta puesta necesitaba un anclaje con lo terrenal, con lo telúrico, más concreto que el que había tenido en las otras puestas, tuvo la idea de trabajar con elemento de descarte que se terminó sublimando en una estética. La gente de Dolores no tiene muchas oportunidades de ir a ver teatro producido por dolorenses, lamentablemente la tradición teatral de la que siempre hicimos gala está reducidísima, hay pocos grupos independientes trabajando actualmente y ninguna producción dentro del circuito oficial, el teatro municipal es un receptor de obras porteñas. Formar parte de estas propuestas es demostrar que la cultura y el arte es una necesidad social como cualquier otra, es la capacidad de debatir, de pensarnos en sociedad, con el otro, en conjunto. Los invitaría con el deseo de que puedan mirarse en ese espejo y reconocerse, o no, y pensarse a sí mismos través de ese reflejo. Con el deseo de que la vivencia de ese momento los emocione y los transporte hacia ese otro mundo que es la ficción teatral, que es tan real y concreto como el mundo real, pero más luminoso, porque hecha luz sobre lo que el mundo real oculta, por vergüenza o miedo. Creo que por eso sigo haciendo teatro, por lo intransferible de la experiencia, y lo irremplazable. Y para intentar retribuir en los demás el placer que siento como espectador cuando un espectáculo consigue la finalidad última del arte: ser una línea directa con la emoción y el espectro sensible de cada espectador.

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