Por el Dr. Héctor Ulises Napolitano
Recuerdo al estudiar en el secundario educación democrática, una de las referencias que más me llamó la atención en su definición, no fue tanto que es un sistema donde el gobierno es elegido por el pueblo, sino que la consideraba una forma de vida.
Es decir, una manera de convivencia basada en el respeto a la ley, a las instituciones y de dirimir conflictos pacíficamente, condenándose el empleo de la violencia y de hacer justicia por mano propia. También de gozar de libertades y de derechos, cuyo cumplimiento son garantizados por una constitución que es la ley fundamental, y que establece como principio esencial el de la igualdad ante la ley.
Entre los derechos principales, el de elegir y ser elegido, el de asociarse con fines útiles, el de reunión con fines pacíficos, el de expresar las ideas sin censura previa, el del debido proceso judicial y el de propiedad privada.
En ese marco se convive en democracia con consensos pero también con disensos, pues una de sus características es permitir el pluralismo político.
La democracia requiere de un aprendizaje para acostumbrarse a vivir en ella, tanto institucionalmente como socialmente.
Tal aprendizaje resulta de su ejercicio permanente, por lo que sus interrupciones no sólo producen un quiebre en su continuidad, sino en el convencional modo de adaptarse a ella o de readaptare después de su retorno.
Los pueblos de los países de América del Sur especialmente, les ha costado y aún les cuesta habituarse a vivir en democracia, pues han tenido que sufrir varias dictaduras que les negaron libertades y derechos.
Uno de ellos es Argentina, no obstante que desde 1983 hasta hoy está en vigencia.
En nuestro caso el vivir en democracia cambió cosas para bien, otras para mal y hasta ahora los gobiernos que se han sucedido no han alcanzado satisfacer las expectativas que el pueblo tenía en sus comienzos. Si bien se goza de libertad, son muy estrechas las oportunidades en materia laboral, por el desempleo en estos últimos años en alto ascenso, siendo la informalidad y la precarización la regla, también la pobreza y la indigencia en consecuencia, la deserción escolar con una educación pública en crisis, y una falta de inversión en salud pública puesta en evidencia durante la pandemia. Además, han crecido la delincuencia, en especial juvenil y consecuentemente la inseguridad.
La reforma Constitucional de 1994 modernizó con la incorporación de nuevos derechos la de 1853, pero no surtió resultados en cuanto a las reformas en lo institucional (Pacto Fiscal Federal sin cumplir, Jefatura de Gabinete sin mayor trascendencia, lo mismo para organismos de contralor y Consejo de la Magistratura, etc.).
Es decir, algunos pasos hacia adelante, con varios para atrás y en casos sin comenzar.
Lo paradójico de la democracia argentina, está en la siguiente reflexión” en sus inicios unánime defensa de todas las fuerzas políticas, en la actualidad tirada de la cuerda por dos ideas opuestas con profundas disidencias que no dialogan ni acuerdan, pasando de ser convivencia política a lo que hoy se denomina grieta”.
Es una paradoja, pues “toda evolución se demuestra con el correr del tiempo y no en sus comienzos. ¿Qué pasó?, lo inevitable, en un país donde las antinomias fueron la constante a lo largo de su historia, e influenciadas también por las que existen en otros países más desarrollados que el nuestro y con democracias que han perdurado y que hoy muy marcadas divisiones políticas los atraviesan.
Los medios de comunicación de uno y del otro lado también inciden a que tal división se produzca en la opinión pública, puesto que la prensa antes considerada el cuarto poder, ha pasado a ser el primero, ya que constituye tanto como grupo de opinión como de presión el más importante.
Otros grandes males son: el condicionamiento que en varios casos tiene el poder político de parte del poder económico, el maniqueísmo de los políticos (nosotros somos los buenos, ellos son los malos) y la politización de la justicia que la convierte en tendenciosa y parcial.
El mayor déficit es la falta de estadistas.
Corolario “La deuda con el pueblo no es de la democracia, sino de quienes la gobiernan sin cumplir con sus promesas”.
“Revertirlo depende de la dirigencia, pero también del derecho a exigir que tenemos como ciudadanos”.