Por el Dr. Héctor Ulises Napolitano
La palabra y el dinero, en mi opinión, son dos poderosos factores que inciden en nuestras vidas y en el funcionamiento del mundo en general.
La palabra por ser decisiva a la hora de dar órdenes, permitir o prohibir hacer algo. El dinero por ser el medio utilizado para satisfacer nuestras necesidades de subsistencia.
Ambos manejan el mundo, porque sin palabra no hay lenguaje y comunicación, y sin dinero no se puede adquirir lo indispensable para existir y habitar en él.
Además tienen relación entre sí, porque muchas veces resulta desacreditada la palabra por causa de la ambición desmedida de obtener dinero por medios ilícitos e inmorales o no de cumplir la palabra empeñada. Como también ella a tales fines, se la usa para engañar y defraudar.
En tales casos, el dinero deja de ser un medio y pasa a ser el fin de la palabra que se utiliza para conseguirlo a través de la estafa.
La palabra cuando es confiable puede dar crédito para obtener dinero en préstamo. Sin embargo, hoy la palabra no está tan cotizada como el dinero, pues ante él se encuentra devaluada, ya que la codicia ha superado en primacía a la sinceridad.
La palabra puede ser aparente, en cambio el dinero es siempre una realidad tangible sin perjuicio de que pueda ser falso. En tal caso, la palabra induce a creer que es verdadero en quien sin darse cuenta lo acepta y recibe como tal.
Hay modos de decir las palabras, y hay modos también de ganar dinero. Los dos utilizan la simulación, el ocultamiento y la violencia. Se puede dañar de palabra como económicamente. La política y la economía son decisivas en la vida del mundo y de un país. La palabra en la política, el dinero en la economía.
No se concibe un mundo mudo, pero sí sin dinero porque tiene sustitutos (el trueque es uno de ellos). No obstante, sea dinero o no, se necesita de un medio o recurso para poder vivir (por ejemplo, frutos que da la naturaleza).
Los aborígenes que viven en estado primitivo no conocen el dinero, pero sí la palabra. En estos casos, la palabra marca una diferencia de supremacía con respecto al poder del dinero.
La palabra trasunta identidad a través del idioma. El dinero posesión mediante la propiedad.
La palabra iguala cuando se habla en un mismo lenguaje. El dinero, sin embargo, crea notorias desigualdades, naturalizadas por quienes lo poseen.
La palabra eleva o descalifica, el dinero enriquece o empobrece. Los dos humillan a su modo, la palabra por medio de la ofensa, y el dinero a través de la miseria.
El dinero abandona al menesteroso, no así la palabra que lo ayuda a pedir limosna. Por lo que la palabra es generosa, mientras el dinero es mezquino por escaso. En algunas situaciones la palabra cuesta o falta, y en ciertos casos el dinero también cuesta o falta. A veces, no hay palabra para calmar un dolor ni dinero para reparar la pérdida de una vida.
Con la palabra se conquistan corazones, con el dinero se compran almas.
Los dos bíblicamente tuvieron como fin la muerte. Jesucristo predicó con la palabra y fue crucificado. Judas por sesenta monedas de oro lo entregó y se suicidó.
Con este análisis he pretendido hacer notar el poder de la palabra y del dinero.
La pregunta a hacer ¿quién tiene más poder, la palabra o el dinero?.
Mi respuesta es “la palabra en cuanto convence o estimula anímicamente, y el dinero en la medida que se tiene o apetece”.