Por el Dr. Héctor Ulises Napolitano
En economía se las define como la aplicación o colocación de dinero en negocios u operaciones, que pueden consistir en comenzar una empresa o adquirir otra u otras, en la compra de bienes, servicios, valores en títulos y acciones o de derechos como marcas, patentes, concesiones, etc.
Generalmente se dice que la inversión proviene del ahorro o de la renta que se obtiene a través de una actividad. Puede ser lícita, como ilícita, cuando se realiza con dinero obtenido ilegalmente, como es el caso de los hoy usuales “lavados de dinero”.
Quien invierte cuenta con recursos monetarios disponibles o solicita un préstamo que resulte conveniente para su devolución.
Se puede invertir con fines productivos como especulativos.
En la actualidad son más las inversiones financieras que las destinadas a la producción. La causa es el tiempo para obtener beneficios, que es más corto en las primeras que en las segundas. Puede influir el riesgo que es mayor en las productivas, aunque en las financieras también se lo asume, ya que ambas dependen del funcionamiento de la economía en donde se realicen. De allí que los inversores de uno u otro mercado busquen hacerlas en países políticamente previsibles y económicamente estables. Y no en aquellos donde existen cambios gubernamentales de orientaciones disímiles que dan lugar a situaciones de inseguridad jurídica e incertidumbre, pues son dos factores que desalientan las inversiones, especialmente de mediano y largo plazo. Las inversiones en economía me sugieren compararlas con la sangre que produce el organismo humano y cuya reproducción y circulación hace a la vida de una persona, además de generarle anticuerpos que le dan salud e indemnidad ante una eventual anemia u otras enfermedades que la pueden debilitar.
Lo mismo ocurre con las inversiones económicas cuando se multiplican, porque son el flujo que redundan en la preservación, el crecimiento, y la expansión de cualquier actividad, incluso no económicas como la salud pública, la educación, la investigación en ciencia y tecnología, culturales, etc.
Aquí sí que “todo tiene que ver con todo”, pues cualquiera de los aspectos antes mencionados influye en la faz laboral, productiva, del conocimiento, capacitación y desarrollo humano.
Cuando no hay inversiones, al igual que al disminuir o faltar la sangre en el cuerpo, comienza a fallar o paralizarse el corazón, sucede de manera semejante con la economía que entra en estado de recesión.
Se dice que no crece o está estancada por falta de inversiones, desde ya productivas, puesto que las financieras en la mayoría de los casos son especulativas, y hasta se les llaman “buitres”, cuando se aprovechan de una economía débil.
Los argentinos nos quejamos que desde hace décadas no hay inversiones en este país, ni de propios y extraños.
Se le adjudica generalmente a la falta de seguridad jurídica, cosa que es cierta en parte, pues los cambios de gobiernos, en este país modifican las reglas ocasionando inestabilidad política, que lejos de estimular ahuyenta a los inversores.
En el caso de los propios, los empresarios que obtienen alta rentabilidad no la invierten productivamente sino financieramente y en otros países donde están más a resguardo.
Así las divisas se fugan y no retornan, a pesar de los blanqueos que algunos gobiernos han intentado hacer.
Otros también mencionan a la cantidad y diversidad de impuestos que existen en este país y a la presión tributaria.
Lo que es cierto, pues es por demás necesaria una reforma impositiva.
Las inversiones productivas calculan costos y entre ellos el salario es fundamental.
De allí que los gobiernos por lo general partidarios de políticas liberales en lo económico apunten a la reforma laboral para flexibilizar dicho mercado, como una medida de estimular las inversiones, en especial extranjeras o multinacionales.
Dicha salida no sirvió durante las presidencias de Menem ni para las inversiones como tampoco para la creación de nuevos puestos de trabajo.
Casi siempre que han venido a este país inversiones extranjeras fueron para explotar nuestros recursos naturales más en su provecho y beneficio que en lo que reportan al crecimiento económico interno; para comprar empresas del Estado privatizadas (telefonía, electricidad, gas, aerolíneas, etc.) y por concesiones en materia petrolera y minera.
Optan generalmente en invertir en países donde pueden pagar bajos salarios y no exista un sindicalismo organizado.
También prefieren hacerlo en grandes mercados que en pequeños y concentrados, de allí que han elegido a Brasil que a la Argentina.
La “lluvia de inversiones” es una expresión de deseo que no se concreta. Sumado a que las grandes empresas nacionales se han inclinado por la fuga de divisas y la especulación financiera que por la inversión productiva.
Ello ha ocasionado consecuencias negativas tales como el achicamiento del mercado interno; el sobre dimensionamiento de empleados en el Estado, y la dependencia a él en materia de contratos de parte de cierto sector importante del empresariado.
La ecuación es “inversión, producción, trabajo y consumo”. Cuando falta la inversión disminuye la producción, aumenta la desocupación y baja el consumo por carecer o mermar los ingresos de un importante sector de la población.