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Construir y Destruir

Federico Sabalette
Federico Sabalette
7 Minutos de lectura

Por el Dr. Héctor Ulises Napolitano

 

Construir es mucho más difícil que destruir, y después de ello aún reconstruir nuevamente lo que no quedó en pie o se convirtió en ruinas. No solo en lo material, sino también en cuanto a palabras que hieren y terminan rompiendo una relación.

En similar sentido se dice que quien hace siempre es criticado por algún defecto o error que cometió, y aquel que nada hace es el que se encarga de criticar por observar simplemente y de modo negativo lo que otros realizan o intentan. Por lo que es mucho más fácil y cómodo ser espectador que ser actor.

La vida nos convoca a transformar las cosas para darles utilidad y no para degradarlas, como sucede con la naturaleza, el medio ambiente y el hábitat. En este aspecto nos llama a ser creativos e innovadores, pero no depredadores o corruptores de lo esencial y necesario para la existencia de todos y menos de la conveniencia económica de algunos pocos. Por eso es que los cambios que en varios casos se tienen como avances y progresos resultan ser a veces perjudiciales para la supervivencia, la salud y la conservación de elementos vitales como el agua, el oxígeno, la luz solar. Lo que traen aparejados por cambios climáticos fenómenos destructivos como cataclismos, catástrofes, deshielos, inundaciones, desertizaciones, sequías, etc.

Todo lo que se construye debe ser positivo no únicamente en términos de beneficios y ventajas materiales, sino fundamentalmente razonablemente provechoso para el bienestar común, que no sólo es confort, pues también se necesita cierta previsibilidad y seguridad ante eventuales riesgos y peligros que pueden afectar la tranquilidad, el disfrute y la armonía emocional de las personas.

Por ejemplo, construir edificios sobre un predio que antes constituía un espacio verde destinado a la recreación y al descanso, si bien parece un progreso para una ciudad, en verdad no lo es en gran parte, pues además de reemplazar a algo que por natural era aprovechado y beneficioso, puede privar de luz solar y aire, dos factores esenciales para la vida y la salud a quienes habitan en viviendas linderas por hallarse ubicadas en su entorno.

Cuantas veces hay protestas de vecinos para impedir tales construcciones. Lo que nos lleva a pensar que también aquello que se construye con intención de progreso puede resultar en algún modo destructivo en ciertos aspectos que no son menos importantes en materia de calidad de vida.

En casos, tampoco demoler un viejo edifico o vivienda de antigua arquitectura para construir uno nuevo y moderno resulta un adelanto, ya que muchas veces se destruyen bellas fachadas que tienen valor artístico o haber sido el sitio donde vivió alguien célebre o aconteció allí algún suceso trascendente en el pasado. De allí que varios países de Europa tengan tanto atractivo por conservar en tal sentido sus construcciones y monumentos emblemáticos como patrimonio y con fines turísticos.

El destruir lo viejo con la intención de modernizar, además de olvidar los orígenes, a veces es negativo, pues la curiosidad por la preservación de la identidad cultural llama más la atención que el conglomerado de altas torres de noche iluminadas en una gran urbe.

La naturaleza virgen, la historia, la cultura antigua y milenaria suelen dar mayores divisas por vía turística que la majestuosidad edilicia de ciertas ciudades del mundo.

Yendo al plano de la construcción y la destrucción en materia política, están en juego el consenso y el disenso. También las diferencias ideológicas cuando alternan en el ejercicio del poder y las dificultades de reconstruir un país después de una crisis terminal que condujo a la destrucción del aparato productivo y de fuentes de trabajo pasando del conflicto al caos social.

Los argentinos sabemos mucho de esto, por vivir situaciones de hiperinflación, corridas bancarias y cambiarias, incautación de los ahorros, huelgas por tiempo prolongado o indeterminado, y la recurrente caída del valor de la moneda y del poder adquisitivo de los ingresos fijos (salarios, jubilaciones).

La destrucción en tal sentido lleva a una muy lenta y oscilante reconstrucción con vaivenes más de incertidumbre que de relativa estabilidad.

La palabra estabilidad en este país tanto en lo político como en lo económico brilla por su ausencia, razón por la cual todo está a tientas y por verse.

En un contexto de inestabilidad ninguna construcción es posible, pues ella en todos los aspectos necesita de bases sólidas para su sostenimiento y permanencia.

Alguna vez escuché decir con ingenio, que los políticos argentinos se asemejan al hornero porque construyen con el pico, pero con la salvedad de que el pájaro lo hace de manera concreta y efectiva dando como resultado uno de los más consistentes y vistosos nidos, mientras que los políticos de este país lo hacen solamente con verborrágicas promesas y expresiones de deseos.

Aquí en muchos casos se destruye o se ha destruido lo que otros hicieron solamente por odio a quien lo construyó. Ejemplos hay varios, el Warnes es el más emblemático, que se hizo para un hospital de niños que se dejó en ruinas y luego se implosionó.

La mayor parte de las expresiones en nuestra historia han sido destructivas, guerra fratricida, exterminio, proscripción, aniquilamiento, terrorismo de Estado, genocidio, anti en lugar de opositor, enemigo por adversario, destrucción del aparato productivo, despidos masivos, etc.

“Mientras las técnicas ecológicas reciclan residuos, la política recicla corruptos que retornan más malos de lo que fueron”.

Así nada se puede construir y reconstruir en este país. Por eso es como estamos.

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