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El Poder

Federico Sabalette
Federico Sabalette
6 Minutos de lectura

Por el Dr. Héctor Ulises Napolitano

 

Al poder se lo relaciona con quienes ejercen una autoridad (política, judicial, militar, policial, profesional, etc.), a todo aquel que tiene legítimamente un derecho que puede hacer valer, y a los actos de dominio y disposición sobre bienes y cosas. También a la posibilidad que otorga la libertad de hacer o no hacer, o de elegir tomar una decisión u optar entre dos o más alternativas.

Todo poder resulta limitado por razones de convivencia, ya que jurídica, política y socialmente se condena su extralimitación y abuso cuando perjudica a los demás y al bien común. Salvo el que se ejerce sobre la propia vida, cuerpo y salud, que forma parte de nuestro ámbito privado y personal, en tanto no constituya un riesgo o daño para terceros (por ejemplo, causar o provocar contagios de enfermedades).

El poder político como económico es y ha sido a lo largo de la historia de la humanidad la mayor ambición de muchas personas, que buscan en él catapultarse hacia la esfera más elevada de la sociedad, en algunos casos para mandar, en otros para enriquecerse, y en todos para tener una preponderante influencia con relación al resto que no lo posee ni goza de sus prerrogativas y beneficios.

Precisamente, aquellos que procuran alcanzarlo, mantenerlo o acrecentarlo lo hacen con la intención de lograr privilegios, aún a costa de los legítimos derechos que tienen sus gobernados, dependientes o subordinados.

Por eso la lucha por el poder suele ser egoísta y a veces cruenta.

Siempre escuché que el poder, la fama y la gloria fue y es la meta y ambición de aquellos que aspiran a trascender en sus vidas y algunos hasta después de su muerte. Sólo la gloria es la que se perpetúa en la historia como memoria de los pueblos, ya que el poder y la fama casi siempre son temporarios y transitorios, y a veces suelen terminar en el descrédito de quienes en su momento los poseyeron y gozaron.

El poder político puede cambiar de mano; el que da la riqueza diluirse ante su pérdida, y la fama caer en el más absoluto anonimato.

Fueron muy pocos los que a través del poder lograron la gloria, y no lo hicieron sólo por sus ambiciones, sino por su inteligencia, capacidad y talento para concretar objetivos y metas que fueron más allá de sus intereses personales, pues independizaron naciones, promovieron su progreso o lucharon por una causa e ideal.

El poder por el poder mismo es solamente ambición personal. El poder como medio para cumplir aspiraciones propias y del conjunto de la sociedad, es vocación de gobernar, lo que no tiene hoy la mayoría de los que lo buscan únicamente por afán de comodidad, prebendario y de impunidad.

El poder tiene como su socio al dinero, y éste suele pervertirlo y corromperlo, tanto en la función pública, como en el cohecho que acepta para obtener preferencias y ventajas el poder económico en el ámbito privado.

El poder genera de ese modo una corporación de cómplices, de la que forman parte políticos, empresarios, banqueros, financistas y a veces magistrados del Poder Judicial.

Por eso es que quien tiene poder se siente impune, y celebra transacciones y negocios espurios con total inescrupulosidad y exceso de confianza.

De allí también la soberbia que infunde a quienes lo poseen en creerse por sobre todas las cosas invulnerables.

El poder en la Argentina es sinónimo de indemnidad, es decir de eximición de situaciones y contingencias que puedan resultar molestas o gravosas con relación al común de la sociedad que no las tiene (inmunidades, franquicias, beneficios preferenciales, etc.).

En tal sentido el poder político se ha convertido en un refugio que concede fueros, a quienes se escudan en ellos para eludir ser indagados, sometidos por la justicia a procesos o ir presos, y en el caso del poder económico para hacer lobbys y obtener beneficios y ventajas diferenciales y desiguales al resto de la población.

El poder ensoberbece porque a aquellos que lo tienen los hace sentir que están por encima del común de la gente que de él dependen; causándoles también una egoísta miopía y falta de empatía hacia los que más necesitan. Además de invitar con su seducción aún a los que fueron antes honestas personas a que se corrompan.

Los pocos exceptuados, no han sido debidamente reconocidos por la historia y la opinión pública, y mucho menos imitados.

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