por el Dr. Héctor Ulises Napolitano
Se entiende por economía mixta el sistema económico por el cual no sólo coexisten sino que coadyuvan el sector público con el privado, es decir el estado con los operadores que intervienen en los mercados, a través de una política consensuada, planificada y coordinada, teniendo por objetivos procurar un desarrollo sustentable de la economía respetando y protegiendo el medio ambiente, crear empleos, disminuir las desigualdades sociales y la pobreza, y en casos, asociándose el estado con inversores privados nacionales o extranjeros en diversas actividades industriales y productivas.
Dicho sistema ha resultado exitoso en países como Noruega, Finlandia y Suecia.
También China es un ejemplo de economía mixta, donde la iniciativa privada es alentada por el estado, a pesar de tratarse de un país que cuenta política e institucionalmente con un régimen comunista.
Lo que caracteriza a este tipo de economías es la planificación, la fijación de reglas claras de competencia y un propósito en común basado en el desarrollo, el interés general y el bienestar social, y el combatir la pobreza mediante la creación de empleos y una equitativa distribución del ingreso.
La desocupación es asistida con subsidios por desempleo de duración transitoria y con monitoreo del estado.
Economistas de la envergadura de Jeffrey Sachs y Paul Anthony Samuelson, ambos estadounidenses, apoyan y elogian este sistema económico.
También algunos políticos y economistas argentinos cuando invocan como ejemplos a los países nórdicos antes mencionados que lo han adoptado, pero al momento de pensar en este país proponen un modelo totalmente opuesto como es el neoliberal.
En efecto, el sistema de economía mixta es incompatible con los modelos exclusivistas, tanto estatistas como privatistas de la economía y con un cuadro de situación como el nuestro de conflicto entre el sector público y el privado.
Además, en el momento actual tampoco es posible pensarlo en nuestro país, dadas las profundas diferencias entre los dos proyectos en pugna, un mercado oligopólico concentrado y un empresariado hegemónico no comprometido con el interés general, ni dispuesto a ceder parte de sus beneficios en favor de una más equitativa distribución del ingreso.
Dicho sistema solo es factible en países donde existe una clase capitalista con sentido nacional, cosa que no ocurre en la Argentina, donde la evasión fiscal, la informalidad, la clandestinidad y la fuga de capitales son las constantes.
Hay un ejemplo de economía mixta en América del Sur puede ser Bolivia, que sustituyó el sistema de dar concesiones de explotación a inversores privados por la participación conjunta y mayoritaria del Estado en materia energética y minera.
El estado debe incentivar la iniciativa privada, pero sin dejar que el sector privado se beneficie exclusivamente, pues el concepto de soberanía es el que prima en un sistema de economía mixta, al igual que el de la regulación estatal para evitar abusos y distorsiones en los mercados, que puedan afectar el bienestar social.
Los gobiernos argentinos de tendencia privatista no lo han entendido ni lo siguen entendiendo así. Por dar solo un ejemplo el de la empresa mixta Somisa en materia siderúrgica, que perduró por varias décadas con éxito hasta que el gobierno neoliberal de Menem la privatizó.
Por el contrario, opino que un sistema de economía mixta mejoraría la relación del estado con el sector privado en participación y competencia, incluso promoviendo la expansión de inclusión de Pymes y de cooperativas, a través de incentivos fiscales y crediticios.
El cambio debe venir de la política, pero también de los grupos económicos que tienen poder.
A los políticos y economistas argentinos que suelen elogiar el éxito alcanzado por países que lo han adoptado, decirles “no envidiemos de otros, lo que podemos hacer nosotros”.