por el Dr. Héctor Ulises Napolitano
La palabra “moderno” es muy empleada para referir a algo nuevo o novedoso que cambia una situación existente o que se adopta para estar acorde con el tiempo en que se vive.
Casi siempre se la relaciona con una evolución respecto a una etapa pasada, de allí que a veces se la utilice como un antes y un después, por ejemplo, modernismo y posmodernismo, cosa que es frecuente en las artes.
En la historia, en cambio, se la ha desplazado por la palabra “contemporánea”, para referir a la época actual y vigente.
No obstante ello, se sigue apelando a la palabra “moderno”, especialmente en la moda, la cultura, y respecto a los nuevos modelos o paradigmas sociales y políticos.
Lo moderno varía de acuerdo al momento de cada época, conforme a las nuevas ideas, hábitos y modos de vida que van apareciendo, utilizándose el prefijo “neo”, para distinguir la superación o actualización de una doctrina, escuela o corriente de origen. (ejemplos neoclásico, neokantiano, neoliberal, etc.).
Si bien lo relacionamos generalmente con la evolución, puede producir el efecto contrario, por ejemplo la sociedad de consumo, que si bien es moderna por ser el modelo contemporáneo que se ha impuesto en la mayoría de los países del mundo, ha traído consecuencias negativas como mayores desigualdades económicas, exclusión social y la pérdida de valores morales que antes eran de obligatoria observación (el materialismo ha desplazado a lo espiritual y la frivolidad a lo esencial).
En nombre de la modernidad, varias políticas implementadas en este país han sido nefastas. Por ejemplo, la apertura de la economía, en especial de las importaciones libres, que destruyeron la industria nacional, en época de la última dictadura militar, las privatizaciones de empresas públicas, en la presidencia de Menem que además de pérdida de soberanía, produjo el encarecimiento de las tarifas de servicios públicos y más desempleo, una inserción en el mundo, durante la presidencia de Macri, más ficticia que real, ideológica que efectiva, pues tuvo nulo efecto en materia de beneficios en el intercambio comercial, transferencia tecnológica e inversiones de capitales extranjeros en el ámbito de la producción.
A veces, lo que en Argentina se adopta e implementa como moderno, en otros países ha pasado de moda o fracasado, tal como ha ocurrido con reformas educativas y judiciales.
El “modernismo” en este país es siempre de arquetipos importados y no originalmente propio.
La moda es un ejemplo, no solo en la forma de vestir, peinarse y de cambiar imágenes y apariencias corporales, sino también en el lenguaje, hábitos, usos y costumbres que provienen del extranjero, incluyendo las tendencias culturales y artísticas que son en su mayoría de origen foráneo.
No quiero decir que sea malo estar en sintonía con el resto del mundo, sino solamente creer que ser moderno es importar modelos, en lugar de crearlos conforme a nuestro modo de ser como sociedad y sin perjudicar los intereses propios que debemos defender como país soberano que somos, en lo político y económico.
Las palabras “moderno” o “modernidad”, suenan lindas, pero son abstractas cuando las dicen los políticos sin explicar qué entienden por ellas y las medidas que van a tomar para lograrlo.
Una cosa es lo que por “modernidad” nos hacen creer los países desarrollados y otra lo que ellos entienden para difundir y aplicar dentro de sus fronteras.
Para algunos políticos argentinos, generalmente amantes del neoliberalismo económico, son modelo de países modernos a seguir los del norte de Europa, especialmente Suecia y Finlandia, pero se olvidan que dichos países están más cerca de ser socialistas que liberales, aunque tengan un sistema capitalista.
En mi opinión, un país que era pobre y atrasado en su momento y que se propuso modernizarse y lo logró en base a un proyecto propio y sin renunciar en lo más mínimo a su soberanía, es China.
Cualquier liberal argentino no está de acuerdo con mi opinión, porque tiene un concepto ideológico de lo moderno, y no pragmático.
Distinto a lo que hizo China, que a pesar de mantener en lo político institucional un régimen comunista, adoptó para modernizarse en lo económico, ideas del capitalismo para industrializarse, avanzar tecnológicamente y competir comercialmente a nivel mundial.
Eso es lo que les falta a los políticos argentinos cuando hablan de modernizar el país: dejar a un lado lo ideológico; de discutir permanentemente el pasado en lugar de visualizar las oportunidades que pueden presentarse en el presente; y no actuar pragmáticamente en función del interés nacional que pide a gritos apostar a la ciencia y la tecnología y exportar valor agregado.
“Moderno es actualidad que deja el pasado atrás, pero pensando en el futuro que vendrá”.