Por el Dr. Héctor Ulises Napolitano
La herencia para sintetizar su definición, más allá de los caracteres biológicos que se transmiten de ascendientes a descendientes, es una transferencia que se hace a quien ocupa el lugar de su sucesor.
En el caso de personas en derechos, obligaciones y bienes, y en el de gobiernos de los progresos como de los retrocesos que tuvieron lugar en el anterior, e incluso en los que lo precedieron, cuando se trata de cuestiones no resueltas.
Cuando jurídicamente se habla de herencia o sucesión, lo primero que aparece es el beneficio de inventario que tienen los herederos como derecho de analizar el haber y él debe del acervo hereditario, para decidir si aceptan o renuncian a la herencia recibida.
En la política dicho beneficio de inventario no existe, toda vez que quien voluntariamente opta por ser candidato conoce y sabe de antemano la situación en que le va a tocar gobernar de llegar a ser electo, por lo que el beneficio de inventario lo hace al tomar tal decisión, aceptando asumir no solo el haber sino él debe de lo que deja el gobierno que se encuentra en ejercicio.
En la jerga comercial se dice” no hay devolución”, para quien resuelve adquirir algo que se le ofrece, sin que esté obligado a hacerlo.
Lo mismo ocurre con respecto a los funcionarios de un gobierno electo, que además juran por el buen desempeño del cargo que van a ejercer, lo que los obliga de manera vinculante a poner toda su capacidad en ocuparse de cuando de él compete.
Ello no implica que acepten a ciegas lo realizado por la gestión anterior, pues tienen el derecho de revisarla y denunciar al respecto cualquier irregularidad e ilícito que se hubiere cometido durante ella.
Pero una cosa es auditar la gestión de su antecesor, y otra es quejarse de los déficits y deudas que dejó, cuando sabía con que se iba a encontrar.
La permanente alusión a la pesada herencia recibida es una excusa para encubrir la incapacidad de poder cambiarla y superarla. Común actitud, y por desgracia generalizada, de quien busca adjudicando la culpa a otro ocultar la propia.
Mi contestación como ciudadano es la siguiente ¡no hay excusas!, ¡se postuló, llegó a ser electo, asumió el gobierno, ahora la responsabilidad de gobernar es suya!, ¡Usted dijo que podía, demuéstrelo!.
Desde el inicio de la democracia todos los gobiernos que se sucedieron hasta la actualidad, recibieron como pesada herencia la inflación, un significativo déficit fiscal y una abultada deuda externa.
Todo lo que no se resuelve desde el principio termina agravándose, y mucho más cuando quienes deben aplicar la terapia utilizan un remedio peor que la enfermedad, como es el de contraer mayores créditos aumentando el endeudamiento o aceptando condiciones desfavorables a la hora de formalizar acuerdos de refinanciamientos.
Se comprometieron a resolver la difícil situación que heredaron, y lejos de hacerlo la empeoran.
En consecuencia, ninguno puede echarle las culpas al otro sin asumir la suya.
El no autocriticarse y buscar chivos expiatorios es la peor manera de demostrar ser irresponsable, y mucho más aún proviniendo de nuestros representantes, que generalmente son cuestionados por no sincerarse.
Los graves defectos que tiene la clase política dirigente en este país, que son motivo del generalizado descreimiento popular respecto a ella, es asumir el gobierno sin tener proyectos preconcebidos o haciendo lo opuesto a lo que prometieron electoralmente.
Su ambición de poder es más personal que de gobernar.
De allí su mediocre victimización de imputarle las culpas de los males que ellos no saben superar al gobierno anterior.
En dicho argumento excusatorio, se hace bien cierto el proverbio bíblico que aconseja lo contrario, al decir que” no hay que ver la paja en el ojo ajeno, sino la que se tiene en el propio”.