Por el Dr. Héctor Ulises Napolitano
Sin duda, que cuando el lector advierta el título de esta nota, pensará de manera inmediata que se trata de los desaparecidos durante la última dictadura militar, cuestión que también ha quedado en la mayoría de los casos sin aclarar cuál fue el destino de muchos de ellos.
Pero lo insólito es que seguimos hablando de desaparecidos en plena vigencia de la democracia y de un estado de derecho que debe garantizar esencialmente la libertad de ser y desenvolverse de toda persona humana, sin sometimientos ni condicionamientos que la puedan privar de dicho natural derecho.
Se habla mucho de los derechos humanos en cuanto a proteger al individuo en su dignidad y condición de tal, pero caen en letra muerta en los hechos que demuestran en este país y en el mundo que la persona humana ha pasado a ser una mercancía más dentro de un sistema capitalista donde sólo y únicamente importa e interesa hacer negocios y ganar dinero cualquiera sea el fin comercial, naturalizándose como algo que frecuentemente ocurre, aunque sean amorales sus propósitos.
La perversión en términos de maldad, crueldad, corrupción, depravación está llegando a un límite de desquiciamiento moral de no respetar siquiera a los propios semejantes, al considerárselos como cosas y no como sujetos.
Hoy el ser humano es una mercancía que tiene económicamente valor de uso (utilidad de y para su explotación) y valor de cambio (precio de venta).
La trata de personas es el tercer negocio más lucrativo después del narcotráfico y el de armas, lo que constituye una aberración humana y moral.
Es alarmante en Argentina la cantidad de niños y jóvenes de uno y otro sexo que han sido víctimas de dicho delito, que por ser trasnacional, es decir ejecutados o concertados a través de organizaciones que operan en redes a nivel internacional, y sumado a la inoperancia en materia de investigación de la justicia argentina, han quedado impunes y olvidados con el paso del tiempo.
Agrego también a desaparecidos políticos. El caso de Jorge Julio López es uno de los más emblemáticos, hasta ahora sin saberse nada de su destino.
El hombre como lobo del hombre ha estado presente lamentablemente en todas las épocas, desde la esclavitud, luego la servidumbre, la explotación laboral y sexual, etc.
No obstante el paso de los siglos, la palabra ”civilización” que significa evolución y progreso cultural basado en el respeto a la convivencia y a los derechos del semejante, entre los que se encuentran además de la vida fundamentalmente el de la libertad, ha dejado su resabio de primitividad, pues el término ”trata” que aludía al antiguo tráfico de esclavos, sigue aún en vigencia, primero en mujeres para ser sometidas al comercio de la prostitución, y luego en niños también con fines sexuales de pornografía infantil y pedofilia o de extracción de órganos para trasplantes, etc.
Todo ello en un contexto de impunidad facilitada por el encubrimiento por ocultamiento o silenciosamente cómplice de las autoridades que deben prevenir, investigar y condenar tales hechos.
El mundo sabe que hoy las redes sociales son un medio de captación para dichos fines, pero la mayoría de los gobiernos y organismos que deberían hacer algo para evitarlos lo omiten.
En este país las sospechas contra la policía, la política y la justicia son manifiestas y evidentes.
El aumento de las desigualdades sociales y la pobreza son un caldo de cultivo para que el inescrupuloso comercio de personas prolifere valiéndose de la vulnerabilidad por ignorancia educativa y creencias económicas de un amplio segmento que las padece, pasando a veces de ser victimarios por prestarse a esos negocios a ser víctimas por ser objeto de aprovechamiento de su insuficiente instrucción y de necesidades de subsistencia básicas insatisfechas. Como también de miedos frente a amenazas y coacciones.
Este tipo de sustracciones o secuestros se dan en las clases sociales altas por venganza o con fines extorsivos de carácter económico, pero no con propósitos de explotación sexual o de trabajos forzosos.
En todas partes del mundo desaparecen personas, pero en este país son frecuentes y numerosos los casos que se han registrado y siguen ocurriendo sin esclarecerse en una gran mayoría.
Con la desaparición del niño Loan Peña en la provincia de Corrientes, nos estamos dando cuenta de lo habitual que es la trata de personas a través de las fronteras por la falta de vigilancia y control; la naturalización que existe de parte de la gente que habita en provincias fronterizas respecto a este comercio ilegal e inmoral; y el encubrimiento de la policía, la política y hasta de la justicia que facilita la impunidad.
Una gravísima omisión que constituye un horror, es el que han cometido hasta ahora los gobiernos en este país al no haber tipificado en el Código Penal el delito de compra y venta de niños.
“Nuestro desafío y deber como sociedad es reflotar el “nunca más” contra esta agresión y degradación criminal a la libertad y dignidad humana a que nos ha llevado la indiferencia, negligencia, inoperancia, encubrimiento, complicidad y decadencia moral de quienes son responsables de nuestra seguridad, como también de investigar y hacer justicia”.
Sin exculpar la intervención de ciertos abogados que buscan entorpecer y retardar dichos procesos para que nada se aclare.