Las entrevistas difundidas por YouTube nos habían permitido conocer parte de la vida del Coronel (el rango más alto de Jefatura en el Ejército) Esteban Vilgré Lamadrid, distinguido como “Hijo Dilecto de Dolores” por su participación en la Guerra de Malvinas, y portador de una calidad humana que honra los antecedentes de esa familia que tanto se destacó en nuestra sociedad. Nos interesó entonces poder conversar con él, sabiendo cuán enriquecedor podía resultar su testimonio para nuestros lectores. Afortunadamente, pudimos concretar la entrevista durante su reciente visita a la ciudad.
Le preguntamos a Vilgré Lamadrid sobre sus estudios y hasta cuándo había vivido en Dolores. Esto nos contaba: “Yo hice el Primario hasta quinto grado. Papá enfermó de diabetes y mamá, que era de armas llevar -como se decía antes-, literalmente levantó la casa y nos fuimos a Buenos Aires. En esa época, la diabetes exigía cuidados especiales, sobre todo en la alimentación, y mamá decidió que la única forma de que papá estuviera bien era mudarnos allá. Así que yo, que venía de la libertad total de Dolores, pasé a un Sexto Grado en Buenos Aires donde ya se empezaba a vivir el agitado ambiente de esa época”.
- – ¿De qué año estaría hablando?
Del ‘72 o ‘73. Pasé de la libertad absoluta en Dolores a ‘no levantes nada de la calle, no hables con extraños, si ves un tumulto, andate; si ves gente armada, corré’, que era lo que les pasaba a todos los porteños. De hecho, hasta los que levantaban la basura eran cuidadosos. Yo pasé de ir al Instituto Parroquial Bertoni -que era como mi casa- a un Colegio con tres mil alumnos.
- – Por su edad, eso debe haber tenido un fuerte impacto…
La primera semana fue muy traumática, porque yo siempre fui un tipo muy pacífico. Eludo la pelea, el enfrentamiento, la discusión externa. A mí nunca, ni de chico, me gustó, por más que sea Soldado… y un poco ese es el sentimiento que tiene un Soldado. Pero llegué a ese Colegio y, en esa primera semana, me acuerdo que me venían a buscar en los recreos los chicos más grandes y me llevaban al baño de varones directamente a agarrarme a trompadas con un chico que yo no conocía. Y todos los recreos me venían a buscar para seguir la pelea. Yo extrañaba mucho Dolores. Nunca me fui, en realidad… los amigos…
- – ¿Recordando siempre su Dolores?
Siempre. Cada vez que paso en auto con amigos, o como sea, bajo la ventanilla y les digo: ‘Respiren, es tierra santa, sientan el aire de la tierra santa’. He viajado muchísimo por el mundo, he tenido la suerte de ser Soldado Argentino y poder prestar servicio a mi Nación con mi uniforme en muchos lugares de conflicto, pero siempre vuelvo a casa. Vengo a Dolores. Acá es mi casa.
- – Con los años, esa atracción por el terruño se intensifica. La mente busca sus raíces…
Sí, sí. Por eso, a los padres que a veces están angustiados porque sus hijos se van a Italia, a España, a cualquier lado a buscar fortuna -a veces con un salario muy bajo pero con estabilidad y seguridad-, siempre les digo: ‘No te amargues porque tu hijo se va; lo que te debería amargar es que pierda las raíces’.
- – Si le preguntaran dónde le hubiera gustado nacer y qué ser, ¿qué respondería?
Si hoy tuviera la oportunidad de que Dios me preguntara dónde quiero nacer, yo le diría lo mismo de siempre: quiero ser Argentino y ser Soldado. No concibo la vida de otra manera. Nacido en Dolores y haber sido Soldado… Como ya lo he dicho en alguna oportunidad, yo me realicé como persona siendo Soldado. Me tocó hacer enormes sacrificios, porque la vida de los sueños tiene dolores, sacrificios, penas, pero también alegrías. Y yo me realicé con eso. Yo no estaría sentado acá si no fuera Soldado. No estoy acá porque soy Esteban, estoy acá porque soy Soldado.
- – ¿Algún antecedente familiar lo llevó a ingresar en la carrera militar?
No. Justo ayer, en el grupo familiar, mi hermana Rosario preguntaba lo mismo. En casa se hablaba mucho de historia. Conocí la historia de Esteban Facio, un guerrero del Paraguay, que justamente fue a la Guerra con el mismo regimiento con el que yo fui a Malvinas, 100 años después. Él fue con el “6 de línea”, era Teniente Coronel de Guardias Nacionales, y yo fui a Malvinas con el “6 de línea”. Mire qué casualidad: 100 años después, en la Primera Guerra Convencional que tiene nuestro país, su tataranieto va a la Guerra con el mismo Regimiento. La madre de mi padre era Gervasia Facio, mi abuela. Y papá, que era un hombre al que le gustaba mucho la Historia, hizo todo el estudio genealógico de los Facio. Él hablaba con mucho orgullo de su tatarabuelo, de las historias del «abuelito», como decía, el abuelito Esteban.
- – ¿En cierta manera eso fue germinando la idea de ser Soldado?
También estaban los antecedentes que me contaba mamá de sus antepasados: combatientes con uniforme inglés en la India, la Guerra de los Bóers… me hablaba de su padre en la Primera Guerra Mundial, conociendo en las trincheras a mi abuela. Además, en casa se hablaba mucho de los Próceres, de quiénes fueron y de la Historia de nuestro país. A mí eso me llenaba de enorme admiración y me generaba una sana envidia. Siendo niño, no entendía por qué adoraba esas historias. Después, lo otro: las escuelas, los actos patrios, las clases de Historia -muy básicas- que hablaban de San Martín, de Belgrano, del desprendimiento, de Cabral… esas cosas me emocionaban mucho. Por eso creo que hay una palabra que define nuestro destino: la vocación. Yo creo que esa llama la tenemos todos; el tema es encontrarla, poder alimentarla, cuidarla.
- – ¿Esa llama de la que habla tuvo presencia en su niñez?
De chico jugaba al fútbol, hacía travesuras, tomaba clases en el Club Independiente de papi fútbol… era muy malo (risas). Pero cuando estaba solo en casa, jugaba con soldaditos, armaba trincheras -aunque nunca había visto una en mi vida-. Siempre era el Jefe de lo que fuera, el líder. Me imaginaba Comandante de un montón de Soldados. Creo que esas cosas nacen. A mí me atraía lo heroico.
- – El camino de los sueños nunca es fácil…
Siempre les digo a los chicos que el camino de los sueños tiene un enorme sacrificio detrás. No es que vos de la mañana a la noche te transformás en lo que querías ser. Por eso hay que transitar ese camino disfrutando todo lo que se pueda, porque primero está el sacrificio. Cuando aparece la primera piedra, no hay que desalentarse: hay que correrla, saltearla, eludirla, tomar experiencia y seguir. El sueño siempre está allá, al fondo. Creo que ese es uno de los secretos.
- – ¿Como estudiante de Secundaria hubo algo que lo llevó a decidirse definitivamente por la Carrera Militar?
Sí, claro. Ese Secundario teóricamente me tenía que orientar hacia algo que no tenía nada que ver con la Milicia. De hecho, así fue: soy el único Militar de mi camada, de un Colegio de tres mil alumnos. El otro es Marino. Los dos somos Veteranos de Guerra: Gustavo Castillo y yo. Allá por el ‘74 o ‘75 empezó el Combate en el Monte, en Tucumán, que originó el Decreto de Isabel Perón de «aniquilarlos». En La Nación siempre aparecían relatos de los combates. Un día leí la historia de un Subteniente que, antes de morir, dice: “Estoy herido, ataquen”. Me conmovió esa Historia, y en ese momento dije: “Yo voy a estar ahí, luchando por mi Nación, con mi Bandera”.
A los que me preguntaban, les decía que estaba en duda. Quería ser Veterinario, dedicarme a los Humedales de Dolores y de Samborombón. Soñaba con ser Veterinario o Médico, dedicarme a la Biología, a la Fauna. Pero cuando terminé quinto año dije: “Tengo que ser Militar”. Se me abrió esa puerta.
Los que me conocen -que saben que soy un tipo al que no le gusta que le den órdenes, que soy muy orgulloso, y que me gusta encontrarle la vuelta a las cosas- me decían: “¿Vos? ¡Justo vos vas a ir al lugar donde dan órdenes!”.
- – ¿Cómo resolvió esa contradicción?
En realidad, una cosa que tiene que tener el Oficial es iniciativa. Entender que tu Jefe puede tener una visión, y vos tenés que darle la tuya. Eso se llama, en el lenguaje militar, asesoramiento. Cuando tu Jefe resuelve y decide cómo va a ejecutar lo planificado, vos, a partir de ahí, lo asistís independientemente de lo que pienses.
A mí me costó mucho esa segunda parte: la asistencia cuando mi Jefe resolvía y yo tenía otra visión. Siempre traté de adelantarme a la orden, para que no tuvieran que impartírmela. Siempre fui muy rebelde, muy antisistema. Creo que las personas disruptivas son las que producen los cambios. Y eso implica derrumbar paradigmas que todo el mundo toma como el camino a seguir. A mí siempre me gustó el camino disruptivo. Y entendí -y así logré muchas cosas- que la primera vez golpeás la puerta y proponés el cambio. La segunda también. Pero a veces, hay que patearla. Yo, casi todos los grandes cambios, los obtuve «pateándola», en sentido figurado, claro. Jugándome muchas cosas. Muchas veces lo pagué muy caro, pero siempre tuve una línea de conducta, un pensamiento sobre cómo debían hacerse las cosas. Y los defendí con vehemencia, aún con los costos. Mi personalidad no era la típica para ser Soldado.
- – Pero lo fue. Hoy es Coronel del Ejército Argentino.
Soy Coronel. Terminé mi carrera. He vivido una profesión que pocos han logrado. Egresé yendo a Malvinas. Me tocó estar en el combate de La Tablada… esa cosa que había visto en el Monte tucumano. Una cosa espantosa.
- – ¿Participó en la recuperación de La Tablada?
El 23 de enero del ‘89, durante el gobierno de Alfonsín, un grupo terrorista asaltó el Cuartel de La Tablada con la intención de generar un Golpe de Estado, una revolución. Obviamente, como siempre pasa, jóvenes empujados por ídolos de barro que te dicen “vayan y peleen” y no “síganme”.
Entonces, esos jóvenes entraron al Cuartel alentados por dos tremendos traidores a la Patria, como fueron el Fray Antonio Puigjané y Gorriarán Merlo: un mercenario guerrillero, a sueldo del mejor postor, un asesino. Ellos les dieron las armas y el entrenamiento para hacer lo que hicieron, pero siempre ellos desde afuera.
Cuando salió mal, se fueron. A Puigjané lo metieron preso después. Él era Sacerdote, con lo cual tenía una doble obligación. Ser Sacerdote y alentar eso… es como un padre pedófilo: es abusar de tu propio hijo. Yo tomo más grave lo de Puigjané que lo de Gorriarán. Gorriarán era un psicópata, un asesino. Pero no era un Sacerdote, alguien que debía cuidar el alma y ayudar a que vayan al cielo, ¿no?.
- – Volviendo un poquito para atrás: ¿por qué eligió ingresar al Ejército?
Una buena pregunta. Nunca me la habían hecho. Me enamoré del Ejército desde chico. Me atraía mucho el sacrificio. Esa victoria con esfuerzo siempre me atrajo. Me generaba un sentido heroico. Entré al Ejército para ser de Caballería.
Mi tía, Leticia Vilgré Lamadrid -media hermana de papá- estaba casada con Carlos Zapata, que era Teniente Coronel de Caballería. Todo lo heroico, en este país, lo muestran a San Martín a caballo. La Patria se hizo a caballo. Yo amaba los caballos, como todos los dolorenses de esa época. No sé ahora.
Me crié en un pueblo en el que, cuando había Jineteada, todo el mundo iba a La Rural. Yo jineteaba también, cuando íbamos al campo. Tenía esa inclinación a la Caballería. Siempre soñaba con San Martín a caballo.
En esa época, para ingresar al Ejército te tenían que firmar cinco militares. Uno fue mi tío Facio -Brigadier-, otro mi tío Carlos Zapata, y tres militares de Caballería.
El primer año del Colegio Militar era básico. Cuando preguntaban qué arma iba a elegir, yo decía Caballería. Claro, mi compañía era de Infantería, así que me hacían «bailar», y yo lo soportaba con orgullo. Al mes y medio de entrar, nos llevaron de maniobras al Chaco. No como ahora: en ese entonces era todo un pantano inundado. Fue una semana entera sin pisar suelo firme. Siempre estaba en un bañado. Para secarme los pies, me paraba sobre una rama o algo así. Lluvia permanente, víboras. Fueron muy duras esas primeras mañanas.
- – ¿Una experiencia dura, exigente
Yo siempre hice mucho deporte, siempre fui un hombre de segundo tiempo, tenía -tengo- mucho oxígeno, siempre rendía mejor cuando todos estaban cansados. Yo tenía resistencia, por eso corría maratones y hacía fondo. Estaba entre los que siempre marcaban la diferencia en aguante, porque la resistencia —ya sea en el deporte o cargando un equipo militar muy pesado— al final te la da el corazón, no los músculos. Siempre tuve esa fuerza del último esfuerzo para conquistar el objetivo.
Estuvimos de maniobras durísimas en Mendoza, en Uspallata. A fin de año había que elegir el arma. De acuerdo a tus notas y orden de mérito, elegías qué arma querías. Me acuerdo que estábamos en el patio de honor del Colegio Militar, para elegir el arma en una ceremonia muy importante, porque eso marca tu destino militar. Y bueno, me paro frente al micrófono para elegir. Iba a decir “Caballería”, pero empecé a tener una desesperación, una nostalgia tremenda, porque yo era de la Tercera Compañía de Infantería y todo eso se acababa, me iba. Y cuando me paré, dije: “Infantería, Tercera Compañía”, y volví corriendo a la formación. Todos se reían.
- – ¿Qué lo define como un Soldado de Infantería?
Yo nací para ser Soldado, Soldado de Infantería. Yo no hubiera sido ni la mitad de lo que fui, ni hubiera disfrutado ni la mitad de lo que disfruté si hubiera elegido otra arma. No porque la Infantería fuera mejor, sino porque era el arma que se adaptaba a mí. Yo hubiera sido un mal comunicante, un mal Oficial de Caballería, seguramente.
La Infantería me dio ese fuego sagrado que necesita un Soldado para estar dispuesto a dar la vida por la Patria.
- – ¿A los pocos días de egresar lo convocan a Malvinas?
Uno siempre mira la parte vacía del vaso. Por eso yo siempre digo, como enseñanza, que hay que mirar también la parte llena del vaso.
El 2 de abril yo era Cadete. Me entero de que habíamos recuperado las Islas, estaba feliz, pero me lamentaba no haber entrado un año antes al Ejército, porque entendía que los egresados de diciembre iban a tener la oportunidad de ir a defender la Patria. Yo iba a estar como un tarado, de Cadete, haciendo instrucción, mientras los tipos que yo había conocido estaban combatiendo.
Bueno, finalmente egresamos, y como viajaban por antigüedad, al más antiguo lo mandaban al sur, porque se suponía que esas eran las unidades que se iban a cruzar. Yo me lamentaba por no haber sido más aplicado, por no haber estudiado más.
- – ¿No tenía destino asignado?
Todavía no lo tenía. Nos iban dando los destinos por antigüedad. Mientras tanto, te quedabas en el Colegio. Entonces, cada tanto venía un Oficial con una lista: tres, cuatro hombres. “Listo, agarren todas sus cosas y vienen conmigo”. O sea, eso no los veías más, se iban. Y todos nos despedíamos.
Yo decía: “La pucha, se van al sur…” Y después empezaba a cubrir la montaña, ya me dejaba mal lo de Malvinas.
Y yo, claro, sí, evidentemente quedé afuera. “Todos estos van a ir a Malvinas y yo, la puta… por qué no habré estudiado más” me decía.
Y bueno, finalmente me tocó a mí. Me mandaron a Mercedes, Buenos Aires. A mí y a Alberto Palazo, un amigo mío. Nos incorporamos al Regimiento de Infantería Mecanizada 6 de Mercedes.
Continúa mañana……

