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La Era de la Violencia

Federico Sabalette
7 Minutos de lectura

Por el Dr. Héctor Ulises Napolitano

 

La violencia es un instinto de supervivencia en los animales, puede darse por hambre, disputas de territorios, celos. En el humano es premeditada, es decir razonada previamente y en algunos casos consensuada como ocurre en los duelos, las riñas, e incluso en la guerra cuando dos o más países recurren a ella para dirimir conflictos generalmente políticos, diplomáticos, económicos.

Es legítima para defenderse ante una agresión similar, pero no cuando se excede de los límites de lo razonable, pues en dicho supuesto resulta ser más ofensiva que aquella que la provocó o motivó a que se ejerciera.

Desde el comienzo de la humanidad hasta ahora ha sido prácticamente inevitable, por lo que se puede decir que está presente y latente desde el nacimiento de toda persona, ya que desde niño se manifiesta en romper o destruir cosas y agredir a otros niños para ejercer primacía por tener celos o competir buscando imponerse.

La lógica nos lleva a pensar que por una razón evolutiva y de progreso en la conciencia individual como colectiva a partir de un mayor acceso a una formación educativa, tal innata propensión a apelar a la violencia se puede evitar y moderar en lo emocional, sin perjuicio de hallarse expuesto a un desequilibro por alguna enfermedad psíquica o mental que pueda desencadenarla. Lo cierto es que socialmente por una parte se la reprueba y condena, y en casos, por el contrario, directa o indirectamente se la incentiva e incita.

Los políticos y ciertos medios de comunicación son los responsables de que ocurran hechos de violencia en contra y a favor de determinada tendencia o gobierno por razones ideológicas que encubren intereses concretos que van desde producir daños en lugares y edificios públicos, enfrentamientos entre manifestantes y las fuerzas de seguridad sin medir las consecuencias trágicas en heridos y muertes que puedan ocasionar, y hasta incitar a estallidos sociales y actos de sedición.

Los gobiernos a través del monopolio de la fuerza que ostentan, suelen provocarlos por medio de la represión, sin que haya mayores motivos para ejercerla.

En las guerras se toma partido hacia un bando u otro por favoritismos políticos sin reflexionar respecto a las pérdidas de vidas, mutilados y de gente inocente que la padecen, mientras también los gobernantes de los países beligerantes se muestran con total frialdad al momento de hacer declaraciones y dar a conocer sus estrategias y tácticas militares, como si estuvieran jugando simplemente una partida de ajedrez para dar el mate final al adversario.

Muestra además de ello, es que el más rentable negocio y tráfico es el de armas, siendo uno de los gastos el armamentístico mayores que tienen las naciones poderosas y desarrolladas del mundo.

Dicen a través de la ciencia mejorar y elevar el nivel de vida en calidad y a su vez en cantidad de años, mientras al mismo tiempo invierten en armamentos para la guerra y hacen ostentación de tenerlos como amenaza ante un eventual o inminente conflicto bélico a protagonizar, lo que es una cínica y hasta diabólica contradicción.

Hoy los juegos infantiles casi todos están referidos a la guerra y al uso de armas de fuego y letales.

Es decir, que a los niños se les inculca la violencia y enseña a matar.

Ni hablar cuando tal insinuación la afirman más los padres estimulándolos a emplear la violencia no sólo para defenderse sino para demostrar guapeza y superioridad.

Es por eso que estamos en “la era de la violencia”, no porque antes no existiera, sino porque en los tiempos en que vivimos, que varios lo califican como “la era del conocimiento” por los avances científicos y tecnológicos, tiene ante la proliferación de la fuerza bruta un alto rasgo de primitividad y barbarie.

La violencia no es solamente material (corporal, con uso de armas, agresiones sexuales,) sino también verbal (insultos, ofensas, difamaciones, amenazas, extorsiones).

Las verbales, antes atribuidas a personas carentes de moral y educación, se han generalizado en una gran parte de la sociedad; incluso en instruidos y profesionales, lo que además de ocasionar una vulgarización en el trato y el lenguaje empleado, constituye un modelo decadente generador de conflictos y discordias bajo el pretexto o justificación de ser directos, auténticos y sinceros.

Entre los políticos la violencia verbal ha llegado a un punto tal, que hoy el actual presidente de la nación califica de “nido de ratas” al Congreso.

De la chicana utilizada como artimaña en los debates para provocar la reacción de algún adversario o ponerlo en una situación incómoda para dar una respuesta, se ha pasado directamente al insulto y al agravio procaz y grosero.

Por su parte, la violencia física excede los límites de lo tolerable, tanto en los ámbitos familiares, escuelas, eventos deportivos y en las calles, incrementándose como modus operandi de los delincuentes.

Abundan diariamente las noticias respecto a episodios de violencia, donde además del maltrato, las humillaciones y los acosos, se ha tomado como hábito entre alumnos y grupos de jóvenes el provocar o concertar peleas con golpes de puños y patadas, tanto entre varones como mujeres.

La violencia se inculca al incitarla, se contagia y masifica y es la principal, causa de discordia social. Varios parecen no darse cuenta de ello, pero hoy por su incremento constituye una alerta más que peligrosa.

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