Por el Dr. Héctor Ulises Napolitano
La palabra seriedad deriva de serio o seria que significa juicioso y sensato en las acciones; severo o adusto en el semblante, en el modo de mirar o hablar; real, verdadero, sincero; importante, sin engaño, sin burla y contrapuesto a jocoso o bufo; formalidad en actos y relaciones; y gravedad en situaciones y enfermedades, también efectivo, positivo, considerable.
Elegí la palabra seriedad para analizarla en esta nota, porque en mi opinión en los hechos a veces resulta ser una de las más aparentes y fingidas, y que suele conducir a engaño.
Por ejemplo, las personas embaucadoras y estafadoras casi siempre impresionan como serias y sinceras.
También quienes creen haber celebrado un acto auténtico y confiable, resultando luego simulado o fraudulento.
En derecho es común decir que la formalidad hace a la seriedad de ciertos actos jurídicos que requieren a veces hasta de formas solemnes.
Sin embargo, no están exentos de nulidades por falsedades, por ejemplo, la falsificación de instrumentos públicos que presuntamente según la ley hacen plena fe de su contenido, por haber sido otorgados por el funcionario competente y con las solemnidades formales que ella establece.
Además, las formas tampoco le confieren seriedad a ciertas celebraciones, sino la esencia que es el sentido de por qué y para qué se hacen. Por lo que la seriedad está en lo auténtico y verdadero, no en las formalidades.
El caso más típico, es el juramento de funcionarios políticos de un gobierno antes de asumir en el cargo que van a ejercer, que es una formalidad aparentemente seria pues conlleva un compromiso, que muchas veces no es cumplido. Incluso suelen renunciar o son removidos por actos de corrupción, lo que habla de la poca seriedad que infunden un juramento.
También es una palabra que a la vista o parecer puede confundir o hacer creer lo que no es.
En tal sentido, cuantas veces por tener gestos adustos en su semblante o simplemente no sonreírse o ser formal y ceremonioso en su modo de ser consideramos a una persona de muy seria sin haberla tratado, y cuando lo hacemos comprobamos que por el contrario, es afable, amable, simpática y hasta graciosa.
Tanto en la falsedad como en la seriedad cabe perfectamente el dicho “las apariencias engañan”.
A punto tal solemos tener a una persona de seria que cuando intenta hacernos un chiste o una broma, evitamos reírnos, tomándolo en serio.
De allí, que las personas que se tienen por serias son las que más fácilmente toman el pelo al decir una chanza, pues quien la escucha rara vez lo considera como chiste o burla.
En cuanto a los problemas, la seriedad en orden a su importancia depende del criterio de cada uno, ya que para algunos puede ser serio e importante y para otros no tanto o no. En estos casos la seriedad es un juicio subjetivo.
Distinto cuando la seriedad es por la gravedad de un suceso (por ejemplo una catástrofe) o de enfermedades incurables y terminales o de lesiones que ocasionan deformaciones o invalidan. La calificación en estos supuestos resulta objetivamente generalizada.
Se dice que en la sociedad de hoy se ha perdido la seriedad. Ello quiere decir que la palabra comprometida vale poco y nada, que prima la falta de respeto y consideración, y que la sinceridad y la verdad están cediendo el paso a la mentira y la falsedad.
Siempre recuerdo y tengo presente una frase de un filósofo que dijo “La vida es demasiado seria para tomarla tan en serio”.
Resumo dicho pensamiento en la siguiente reflexión que se me ocurre “Sin seriedad, no tendría sentido nuestra existencia, por carecer de sensatez. Sin jocosidad, nuestro único destino sería ser infeliz, porque nos faltaría la alegría como razón para vivir”.

