Por el Dr. Héctor Ulises Napolitano
La intención la podemos definir como el ánimo que se tiene en hacer alguna cosa que se desea, y que pone en marcha a la voluntad para realizarla o conseguirla.
La intención es puramente subjetiva, y los deseos exclusivamente personales.
Se puede decir que se conocen a las personas más por sus intenciones que por sus acciones, pues éstas pueden ocultar en su apariencia intenciones totalmente diferentes a la que verdaderamente se tienen. Es lo que se llama segunda o doble intención, que son las que no se muestran pero en realidad se persiguen.
Distintas de las primeras intenciones, que son aquellas que surgen de manera inmediata y espontánea. Ellas nos revelan desde un comienzo si una persona es bien o mal intencionada.
Otra alternativa para conocer las intenciones de una persona es ponerla a prueba frente a situaciones diversas para saber que reacciones tiene. Uno de los ejemplos típicos el dejar dinero supuestamente olvidado al alcance de su mano para ver si lo toma o lo deja, y enterarnos con ello de su confianza y honestidad o viceversa.
La sinceridad y la franqueza en el modo de hablar constituye una intención de decir las cosas, como también lo son las indirectas con que una persona procura herir anímica y emocionalmente a otra.
Es tan inevitable la intención, que en psicología se ha afirmado que no hay acto, aún el que parece o resulta irracional, que no responda a algún motivo, o sea que tenga alguna causa o razón que le dé sentido de ser.
Las razones que argumentamos en una discusión tienen la intención de afirmar lo que pensamos y creemos como verdad. El decir algo cierto tiene su intención, y el mentir también.
En conclusión, tanto en el actuar, como en el hablar, el escribir y hasta en los gestos y en todos los movimientos que hacemos están presentes nuestras intenciones. De allí que a esta nota no la titulé en singular de intención, sino que le puse en plural el de intenciones, porque ellas están ínsitas en todas las actividades que realizamos.
En cualquier decisión que se toma hay una intención que la motiva, desde dirigirnos a un determinado lugar hasta adquirir un bien, concertar un negocio o elaborar y emprender un proyecto.
Hay intenciones que se cumplen y otras no, que casi siempre son las más, no porque falte capacidad, sino por no tener posibilidades de concretarse o enfrentar circunstancias ajenas a la voluntad que lo impiden. De allí que es común y normal que varias queden sólo en intenciones.
Lo importante es intentarlas, aunque, se sepa de antemano las dificultades a vencer.
La constancia depende fundamentalmente de tener bien clara la intención que se persigue.
En cuanto al juzgamiento de conductas, las intenciones son el principal parámetro para calificarlas de buenas o malas, razón por la cual juegan un rol preponderante a la hora de imputar dolo o culpa, por ejemplo en el derecho, y en especial en lo referido a la comisión de delitos tanto penales como civiles.
Al tratarse de un aspecto subjetivo, resulta a veces difícil a la justicia desentrañarlas (por ejemplo si hubo intención o no de cometer un ilícito, y mucho más cuando se pretende saber si hubo o no premeditación, pues ni un psicólogo de eminente trayectoria y experiencia puede determinar con certeza qué se le cruzó por la cabeza al o a los autores en el momento de ejecutar el hecho), por lo que en muchos casos las intenciones son más intuidas que realmente comprobadas.
Por tal razón es habitual que se hable de adivinar las intenciones. Como también hay casos que, por el contrario, se descubren solas cuando a la aparente que se pretendía hacer creer la traiciona el subconsciente.
Mi postura y sugerencias al respecto “mejor a las malas dejar de pensarlas antes de meter la pata y tener que pedir disculpas, y a las buenas demostrarlas o intentarlas realizar para no quedarse con las ganas y el arrepentimiento de no haber hecho nada”.