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Viuda por un rato

Federico Sabalette
Federico Sabalette
5 Minutos de lectura

El 22 de junio de 1919 transcurría como todos los domingos en nuestra ciudad. La tarde soleada se prestaba a pasear en los pocos automóviles que circulaban por aquellos tiempos. Si muchos sulkys, charrets o algún otro elemento con tracción a sangre. Las familias no tenían ningún reparo en observar al paseante desde las puertas de sus casas, mate en mano, comentando las noticias de la semana. Los Hermanos Podestá se habían presentado en el Teatro Unione, con notable afluencia de público. También allí se había estrenado el vodevil “Dolores de día y de noche”, con personajes, algunos muy conocidos, causando la hilaridad y la sorpresa de muchos.

La calle Estados Unidos (hoy Juan Vucetich) parecía un jardín. Todo el mundo gozaba de aquella primavera anticipada. De lejos se anunciaba a través del gramófono la canción de moda: -Ay Aurora, que me echaste al abandono, yo que tanto y tanto te quería…!

Serían como las cuatro y media de la tarde, cuando los dueños de comercio respetando aquello del descanso dominical procedían recién a la apertura de los despachos de bebidas, recibiendo a los primeros parroquianos. Pero de pronto los vecinos recibieron la visita poco deseada de un furgón fúnebre, que, a paso cansino buscaba una dirección.

– ¿Quién habrá muerto? preguntó una abuela, devolviéndole el mate a su nieta.

– “Debe ser don Froilán, al que llevaron al Hospital San Roque la semana pasada descompuesto…” dijo el dueño del boliche.

Entretanto el furgón, después de realizar dos pasadas por la cuadra se plantó frente a una modesta casa.

– ¿Diga, aquí vive la mujer del agente Fernández?… inquirió el chofer al grupo de personas que se agolparon frente a la vivienda.

– Soy yo, balbuceó una mujer, de aspecto frágil y pálida de miedo…

– “Bueno, vamos a bajar el cadáver…” dijeron..

Imaginen ustedes la impresión que causó la noticia en la atribulada mujer. Su esposo, el agente P. Fernández había salido a las 2 de la tarde a tomar servicio y regresaba al hogar “finado”.

Entretanto los inquilinos que vivían en el mismo lugar comenzaron con las tareas, de las que pocos minutos después convertiría la habitación en capilla ardiente. La pobre mujer, rompiendo en llanto, estaba a punto de desmayarse, la tuvieron que llevar a otra pieza.

– ¿Pero, ¿cómo, a muerto? preguntó al conductor del mortuorio uno de los vecinos.

– Yo no sabría decirle; lo traigo del San Roque, del hospital”, se atajó el chofer.

Los curiosos del barrio bordaban suposiciones. Unos decían que había sufrido un accidente. Otros que lo habían muerto en una reyerta a puñaladas. Pero entre tanto comentario, el “rengo Matienzo”, el más impaciente, quiso comprobar con sus propios ojos y se dirigió a dónde debería estar de facción prestando servicio Fernández.

Mientras tanto el ataúd continuaba cerrado y las velas encendidas.

– “!Que se le va a hacer señora… es el destino!… le decían a “la viuda”, contemplándola con resignación.

Al poco tiempo y emulando al andarín Seremarco, con los ojos desmesuradamente abiertos hizo su entrada al velorio, “el Rengo”, ¡quien al grito de “!Lo vi, lo vi!”, afirmaba que “el muerto” estaba de servicio con el casco en la cabeza y los guantes domingueros en la mano”.

En medio de la incertidumbre en ese momento hizo su entrada triunfal el muerto que estaba vivo; simultáneamente llegaba el furgón buscando la carga equivocada. Entonces se comprobó que el que estaba en el ataúd era también agente de policía y se llamaba también Fernández.

-“!Les aseguro que me han hecho pasar el peor domingo…!” decía la atribulada mujer, reaccionando paulatinamente de su estado de viudez impuesto por las circunstancias.

El furgón cargó el cajón y los cirios, llevando su peso de tristeza en aquella soleada tarde de domingo, mate y charla a otro humilde hogar.

 

Fuente: Diario La Patria

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